19 ene 2011

Víctimas de lluvias en Brasil prometen no regresar a ese lugar de "muerte"

"Jamás voy a volver a vivir allí, la muerte estará siempre en ese lugar", asegura un habitante de Itaipava, una de las áreas de la sierra de Rio devastadas por las torrenciales lluvias que provocaron al menos 702 muertos en una semana.

"Murieron mis amigos de la infancia, no quiero volver a vivir allí", añadió Roberto Fabiano Augusto 'Biano' a la AFP, luego de viajar en helicóptero desde su vivienda a un centro de asistencia a los miles de damnificados.

El miércoles de la semana pasada, un gigantesco torrente de agua, piedras, árboles y lodo invadió la casa de Biano, en el Valle de Cuiabá, un barrio de Itaipava donde más de 50 personas fallecieron. Su familia se salvó, pero muchos de sus vecinos no sobrevivieron a la tragedia.

A su alrededor, los helicópteros se suceden en idas y venidas, peinando la zona en busca de supervivientes y dejando bomberos, comida y material de primeros auxilios en áreas aisladas.

"Hay todavía al menos diez áreas aisladas, son poblaciones que tienen desde 500 habitantes hasta varios miles", explica a la AFP el comandante Luis Antonio Pinto Machado, responsable de las operaciones de rescate aéreo.

"Continuamos sacando a personas de esas áreas" cuyos accesos por carretera fueron totalmente destruídos por los temporales de hace una semana, cuenta el comandante.

Un helicóptero Super Puma de fabricación francesa se eleva con 20 hombres, entre militares y bomberos, y los periodistas de la AFP. Se dirige a un poblado fuertemente afectado por las lluvias, completamente aislado.

Desde el aire, el paisaje de destrucción se extiende por doquier en una área que abarca las montañas de tres grandes municipios, a 100 km de la ciudad de Rio de Janeiro: la ciudad imperial Petrópolis (al menos 62 muertos) a la que pertenece Itaipava, la turística Teresópolis (285 decesos), llena de hoteles y casas de lujo, y Nova Friburgo (335 fallecidos), cuyo centro fue arrasado por las aguas y el barro.

En un trayecto de decenas de kilómetros, las montañas aparecen desgarradas por gigantescos aludes de rocas, lodo y agua, que arrastraron consigo casas y todo lo que encontraron por delante.

Las viviendas parecen haber sido detonadas con explosivos. Donde antes hubo barrios enteros y bosques, ahora quedan solo escombros.

Desde el aire se ven pocos autos en las pocas carreteras habilitadas, y muchos helicópteros intentan llegar a las zonas más remotas.

Millonarios chalés, mansiones con piscina y campo de tenis y lujosos hoteles, modestas casas de clase media y los barrios más pobres de estas bucólicas sierras pagaron con el mismo precio la furia de la montaña que se desató tras una torrencial lluvia, el miércoles hace una semana, y que se ha cobrado la vida de 702 personas.

El helicóptero llega a la población de Santa Rita. Una niña de unos 10 años acompañada de un adulto hace señales al helicóptero pidiendo ayuda.

Los bomberos descienden para prestar auxilio. La Aeronáutica deja comida y material de primeros auxilios. Muchos de los habitantes de esa población son evacuados. Pero no todos quieren irse. Algunos prefieren quedarse a salvaguardar lo poco que quedó de sus casas.

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